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dilluns, 13 de juny del 2016

Dos convocatorias interesantes

La primera es a la presentación del libro de Juli Gutiérrez Deulofeu sobre la obra de su abuelo, Alexandre Deulofeu, La matemática de la historia. Ya reseñé el libro en un post anterior, titulado La humanidad no progresa y ahora, tanto el autor como el editor, me hacen el honor de pedirme una presentación en la ya mítica sala Blanquerna, de Madrid. Mítica para mí porque, al ser catalana y ser yo una especie de embajador político-cultural de Cataluña en Madrid, debo de ser de los madrileños que más veces hayan estado en ella para estos gratos menesteres. En esta ocasión, la presentación va a grabarse porque algunas partes se emplearán para un documental que está haciendo Visiona TV para TV3 en Cataluña sobre la interesante figura de Alexandre Deulofeu.

Espero que el acto tenga miga. Juli Gutiérrez, lo conozco, es hombre empapado en la filosofía deulofeuliana de la historia y tendremos un interesante debate. Por mi parte, para quien haya leído algo mío, no hace falta decir que no comparto historicismo alguno y de ningún tipo pues ya he descubierto que uno de los trucos que usan algunos historicistas consiste en liar de tal modo las cosas que nadie acabe por enterarse de qué quiera decir "historicismo". Por eso me curo en salud, me abstengo de cualquier historicismo y me atengo al dictum shakesperiano de que la historia es, como la vida, "un cuento lleno de ruido y de furia, contado por un idiota y que no significa nada".

Lo cual no quiere decir que Alexandre Deulofeu no sea un personaje fascinante. Al contrario. Lo es y mucho porque esta teoría de la matemática de la historia es solo una faceta de su muy compleja y atractiva personalidad. Y porque, además, a diferencia del filósofo, cuando trato con un amigo a quien aprecio, lo pongo, como a Platón, por encima de mi amor por la verdad.

El acto en Blanquerna, el día 16, jueves, a las 19:00. Allí nos vemos.

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La segunda convocatoria tiene carácter académico y no es a un solo acto, sino a una serie o concatenación de ellos, esto es, a una especie de congreso en el que nos reunimos con cierta periodicidad los aficionados y especialistas en estas quisicosas de la política e internet en sus múltiples, proteicas y a veces misteriosas relaciones. Las llamamos Jornadas de ciberpolítica porque somos modestos en la forma aunque, como buenos académicos, muy orgullosos en el fondo. Pero se nos nota poco porque, al manejarnos con soltura en esto de las redes, el ciberespacio, la política 2.0 o 3.0, vamos dando el pego de ser gente tratable. Ni hablar. Solo nos soportamos a nosotros mismos y entre nosotros mismos y si hay promesa de intercambio estrictamente igualitario. El ciberespacio no tolera explotación ni abuso.

No pretendo explicar de qué van las jornadas porque es imposible. Son 16 mesas distintas con casi cien ponencias sobre los asuntos que consideramos más candentes hoy en el estudio, análisis y uso de las articulaciones entre ciberprocesos y realidades sociales, económicas y políticas, fundamentalmente. Un mundo hecho de redes encierra una promesa de cambio radical, revolucionario de relaciones sociales. Piensen un minuto en algo de una extraordinaria vulgaridad: ¿cuándo fue la última vez que pusieron un telegrama? ¿La última que escribieron un carta? ¿Llegaron a poner un fax, que aseguraba ser la revolución de los siglos? ¿Cuántos periódicos impresos en papel han leído en los últimos meses? Pues eso.

Y de eso, de las nuevas formas de consumo y producción, la comunicación, las campañas, las cuestiones de género, el análisis y explotación y minería de datos, de todo es de lo que vamos a hablar estos dos días y estaremos encantados de escuchar lo que se nos quiera decir. Hay donde dar y coger y también un catering para no desfallecer y tomar unas pastas con café.

Las jornadas tienen lugar los días 16 y 17 en dos edificios relativamente cercanos pero distintos: la escuelas Pías de la UNED en Madrid, calle de Tribulete y el Instituto Nacional de Administración Pública en la calle Atocha. No exagero si afirmo que son de interés para profesores y alumnos de las facultades de Sociología, Políticas, Historia, Periodismo, Derecho y Económicas. A los de Filosofía también les interesaría grandemente.

Habrá todo el streaming que podamos conseguir, pero no es seguro del todo. Habrá lagunas.

diumenge, 5 de juny del 2016

La humanidad no progresa

Juli Gutiérrez (2015) La matemàtica de la història. Alexandre Deulofeu o el pensador global. Lapislàtzuli (233 págs)
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Hay peripecias curiosas en la vida. Hace algo más de un mes, un cineasta, David de Montserrat, me contactó para pedirme que presentara un libro en Blanquerna sobre un sabio historiador catalán hoy olvidado, Alexandre Deulofeu. En el siglo pasado y, gracias a su filosofía de la historia, Deulofeu había profetizado el fin del imperio español para el año 2029. Eso daba morbo a la cuestión. El libro es obra de un  nieto de Deulofeu, Juli Gutíérrez quien, fascinado por la personalidad de su abuelo, había decidido seguir sus pasos. Así pues, plantó su puesto de trabajo en una sucursal bancaria, se retiró a practicar el cultivo ecológico en su huerto y a estudiar y dar a conocer la obra de su venerable antepasado, cuya vasta teoría de filosofía de la historia, llamada la Matemática de la historia, abarcaba nueve volúmenes y eso sin contar otros estudios del autor de otros temas. singularmente de filosofía del arte, en concreto el románico. Y no solamente se dedicó Gutiérrez a rescatar del olvido a su abuelo sino que prácticamente se identificó con él, como si fuera su alter ego o su sosias. Las dos contrasolapas del libro, la primera y la última atestiguan lo que digo. En la primera se ve a Deulofeu en su huerto allá por los ños 30 o 40, portando un cubo y una lechera. En la última se ve al nieto en idéntica posición, con los dos consabidos cubos.

La presentación del libro venía a ser como una especie de pretexto porque lo que De Monserrat está haciendo es un programa de televisión sobre la vida y el impacto de Deufoleu. El productor, Ferrán Cera, se puso en contacto conmigo, confirmándome este extremo y mandándome un guión para que cumpla lo que se espera de mí. Se supone que he de tener un gesto de escepticismo e incredulidad durante la presentación. No me será difícil ya que soy escéptico por naturaleza y mucho más ante la pretensión de Deulofeu de elaborar una filosofía sistemática de la historia, nítidamente dividida en fases de idéntica duración, que le permitirá hacer profecías (por ejemplo, la citada del fin del imperio español en 2029) y predecir el curso de los acontecimientos. 

Respeto mucho estos vastos frescos del proceso civilizatorio (como lo llamaba Norbert Elias) típicos del historicismo y valoro el trabajo que sus autores suelen darse para realizarlos. El de Deufoleu se parece bastante al de la evolución propuesto por Fourier para el establecimiento de sus falansterios. Pero, en todo caso, aun siendo cómplice de los autores del reportaje y el propio Gutiérrez, que me parecen personas encantadoras, mi escepticismo es absolutamente pirrónico. Creo que el devenir de la especie humana es imprecedible por definición y esencia, ya que el ser humano es libre y ni él mismo sabe lo que hará en las próximas dos horas. Todo y nada es posible en la historia. Si el porvenir de los seres humanos fuera predecible, los seres humanos no seríamos seres humanos, sino hormigas o abejas o cualquier otro insecto social sometido al instinto. 

Esto no quiere decir que tenga en menos los trabajos de Deulofeu y mucho menos la figura de su autor, por quien siento viva simpatía: farmacéutico de un pueblo del Ampurdán, químico igualmente, fue alcalde republicano y en el 39 hubo de cruzar la frontera para que no lo asesinaran los que hicieron la guerra en nombre de Dios. Regresó en 1947, recuperó su profesión y se dedicó a cultivar su obra espiritual y la material en forma de huerto. La obra espiritual, como digo, tiene dos puntos esenciales: el macrocuadro de la matemática de la historia y el interés de nuestro hombre por demostrar que el románico es un arte autóctono del Ampurdán, que no lo importó de la Lombardía como se ha dicho y cuya manifestación más acabada es el monasterio de San Pedro de Roda (p. 171), al que Deufoleu dedicó un interesante estudio. La Edad Media, muy maltratada durante el Romanticismo, era un momento de extraordinario vigor en Europa y de altísima espiritualidad. No se daba entonces, según Gutiérrez la "absurda" idea del arte por el arte. Es posible que no, pero de absurda la idea no tiene nada. Fue, si no estoy equivocado, Baudelaire quien la acuñó para defender el arte de las interpretaciones que  instrumentalizaban las manifestaciones artísticas en pro de unos u otros objetivos ajenos al arte  (p. 169).

En realidad, todas las grandes filosofías de la historia son complicadas construcciones que suelen agradar el oído del señor terrenal al que se le recitan: Vico, Hegel, Marx, Morgan. Spencer, Comte, Maine, Spengler, Toynbee, etc, que han trazado el decurso de la historia, lo han hecho con un punto teleológico de probar que la contemporaneidad de que se tratara era el estadio superior de la civilización humana: el Estado prusiano en Hegel, la sociedad sin clases en Marx, el estadio industrial en Spencer, el positivo en Comte, etc. Deulofeu no iba a ser distinto, así que, según su concepción, Cataluña era el origen de la cultura europea, y eso que aseguraba que ninguna cultura es superior a otra (p. 152)  

Según Deulofeu en el gran examen que hace Gutiérrez, las civilizaciones son procesos biológicos que duran 5.100 años repartidos en 1.700 años cada uno, con tres épocas: aristocracia feudal-sacerdotal, aristocracia de la riqueza y democracia (p. 89). Cada época, a su vez, tres fases: la fragmentación demográfica, la fase de unificación  demográfica, los procesos imperiales y la evolución del espíritu creador (p. 92-94). Como se ve, un cuadro de la evolución del espíritu humano muy impregnado del positivismo europeo décimononico. 

Se habla continuamente de leyes  históricas comprendidas dentro de una también reiterada matemática de la historia. Pero, para ser matemática, no hay una sola fórmula, ni un mero número, con lo cual el escepticismo de Palinuro alcanza regiones sublimes. Europa, decía Deulofeu, crecerá a la sombra de Alemania. Se trata de una ley histórica. La verdad, mis convicciones ecológicas me impiden aceptar ley histórica alguna y más bien creo que podría hablarse de una evolución cíclica si no queremos hablar del eterno retorno como filosofía frecuente.  Como todo historicismo, el de Deufoleu solo admite un curso civil del mundo si este sigue sus leyes, pero, si no lo hace pude haber algún baño de sangre que otro (p. 46).

Hay un capítulo titulado "la lucha de los imperios", en el que se vierten juicios muy perspicaces sobre los distintos imperios a día de hoy: los EEUU, Rusia, el Japón y la China, a la que el autor considera un imperio jovencísimo (p. 99) porque, obviamente, sitúa su origen en la victoria de Mao Tse Tung sobre Chang Kai Chek, pero si nos remontamos a los tiempos de las primeras dinastías, el imperio es antiquísimo

Gutiérrez cita y repite una creencia de Deufoleu en el sentido de que "la humanidad no progresa" (pp., 100, 168, 217). Es de suponer que espiritualmente porque técnica y materialmente, el progreso es apabullante. Tanto que, cuando llegue el año 2029, es posible que no haya Estados en Europa. En varias ocasiones señala Gutiérrez que Europa se organizará políticamente por imperativo alemán, con Francia e Inglaterra pasando a segundo término y de España ni hablamos. 

Pero hay algo que el historiador, el filósofo de la historia, el joven político o el perroflauta deben tener en consideración: tanto Inglaterra como Francia tienen la bomba atómica. Alemania, no. Y eso tiene consecuencias.

diumenge, 8 de maig del 2016

¿Qué es España?

Juan Romero y Antoni Furió (Eds.)(2015) Historia de las Españas. Una aproximación crítica. Introducción de Josep Fontana. Valencia: Tirant Lo Blanch.451 págs.
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Otro libro sobre la sempiterna cuestión del ser de España, esa que, según ideólogos de derecha e izquierda, no existe. Escrito por historiadores académicos, se organiza, como era de esperar, por un criterio cronológico, desde los mismos orígenes de la peliaguda cuestión de qué sea España y cuántas haya hasta el momento actual en que queda claro que nadie puede contestar a las dos preguntas a gusto de todos. Es un trabajo sólido, concienzudo, denso, con rigor, pero no exento de tintes ideológicos. Que el autor de esta reseña simpatice más con unos que con otros no le oculta que ideológicos son los dos.

La intención de la obra está clara en su título y subtítulo y el prólogo de Josep Fontana que, muy preocupado por los usos públicos de la historia, hace una advertencia cuya problemática equidad da que pensar. Sostiene el ilustre historiador algo de cajón, esto es, que "el conocimiento del pasado suele ser manipulado por los políticos" con la finalidad de controlar "el uso público de la historia" (p. 15). Tal cual, ciertamente y sus colegas han escrito este libro con el fin de enderezar dicho uso público. Pero no llegaremos muy lejos si no reconocemos que no son solo los políticos quienen manipulan el conocimiento del pasado. No se quedan atrás los historiadores que de manipulación pueden dar cumplidas muestras desde antiguo entre otras cosas porque suelen llevar  más cargas ideológicas (muchas veces disfrazada de ciencia) que los infelices políticos. Y fuegos fatuos de esas ideologías se vislumbran ocasionalmente a lo largo de estas páginas. Y eso es lo que convierte esta aproximación crítica a la historia de las Españas en una obra fascinante que se lee como la novela río de un país. ¿O de más países?

Pedro Ruiz Torres, en "los usos de la historia en las distintas maneras de concebir España" arranca del momento constituyente de la II República. Por entonces era dominante la visión ideológica e idealizada acuñada en la Historia General de España, de Modesto Lafuente, símbolo de la visión liberal conservadora de la época (p. 39). Azaña tenía una idea de patriotismo y de nación como organismo social propio, independiente de partidos y religiones: España había dejado de ser católica (p. 44). En paralelo, Bosch Gimpera en una conferencia en 1937 revisa el concepto de España,  vertebrada por Castilla y la muda en "las Españas" con sus diversas culturas (p. 49), tuvo tiempo de rumiar su idea en el exilio al que le arrojó la España una de Franco. A la muerte de este volvió el debate entre una idea monolítica de la nación española (Ortega) y quienes son sensibles a la diversidad (Azaña) (p. 56). Ejemplo del nuevo tiempo es la controversia sobre si España es país "normal". El libro de Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox, España, 1808-1996. El desafío de la modernidad, celebrado oficialmente, niega que España sea un fracaso. En España. La evolución de la identidad nacional Fusi sostiene que España es una nación desde principios del siglo XVI (p. 57). Borja de Riquer,  cuestiona con poderosas razones la tesis de la "normalidad" (p. 59). El autor, por último, detecta tres posiciones: 1ª) España, Estado-nación "normal"; 2ª) el nacionalismo catalán excluye también la cuestión pues no está interesado en la nación española; 3ª) posición sincrética de "España, nación de naciones" (p. 61). Y, para hablar de normalidad, interviene la Real Academia de la Historia en una posición ideológica alucinante que Ruiz Torres con elegancia no califica pero que este crítico se atreve a considerar cavernícola, con su libro Reflexiones sobre el ser de España. Por supuesto, Premio Nacional de Historia (p. 66). ¿Qué tal ese ejemplo de una obra de historiadores que no son sino lacayos de una mentalidad horripilante? El Institut d'Estudis Catalans y el Centre d'Història Contemporània de Catalunya publicarían la respuesta: España contra Catalunya: una mirada histórica (1714-2014) cuya conclusión es que si España hubiese ido a favor de Cataluña, el soberanismo sería hoy otro (p. 70). Sí, es un moderado understatement.

Antoni Furió en "La Españas medievales" plantea el uso ideológico de la historia medieval del país. Es difícil dar por buena la historicidad de don Pelayo y, por ende, la leyenda de la Reconquista (p. 86). En tiempos del Imperio carolingio, Cataluña se reserva el término Gothia como patria de los godos sometidos al imperio e Yspania, Spania a la parte de la península dominada por los musulmanes (p. 90). Con la independencia de hecho de Borrell II, Conde de Barcelona, ha querido verse el nacimiento de facto de Cataluña, pero esta no se independizará jurídicamente de Francia hasta el siglo XIII con Jaime I (p. 92). Desmenuza luego la cuestión de la especificidad de la España medieval sometiendo a crítica la posición de Sánchez Albornoz que encuentra legitimatoria de una visión ideológica sostenida en dos pilares: el relato de la Reconquista y la idea de los habitantes de Al-Andalus eran esencialmente españoles (p. 101). La Reconquista es una leyenda forjada muy post festum y hay suficiente prueba documental de que durante siglos, el nombre de Yspania quedaba reservado precisamente para la parte musulmana del territorio (p.107). Un buen ejemplo del daño que hace esta interpretación ideológica de la historia son las estupideces de Aznar en Georgetown al decir que el enfrentamiento de España con Al Qaeda comienza con la conquista del país por los musulamanes (p. 113). Tiene el autor una visión modernizada de las taifas, pero su punto de vista tampoco está libre de ideología. Asegura que las taifas tienen mala prensa porque en "un país de fuerte tradición unitarista y centralista, cualquier forma de descentralización" la tiene (p. 119). Pero no sé qué tradición podía haber cuando se dieron las taifas. Esa es otra construcción post facto. Seguramente correcta, pero posterior. Cuestiona igualmente la visión edulcorada de Al Andalus como un lugar de tolerancia (p. 125). En la salida de la crisis bajo medieval, España aparece ya identificada con Castilla, un reino de tendencias absolutistas y centralizadoras que tenía dentro la corona de Aragón como un freno y un cuerpo extraño (p. 132).

Antoni Simón i Tarrés, "La crisis de 1640 y la quiebra del primer proyecto nacional español" es un ensayo de oro. El autor contrapone el intento de construir una "nación política" española en los teóricos del siglo de oro (Álamos de Barrientos, Quevedo y otros tacitistas), López Madera, Pedro de Valencia, etc (p. 150), con el respaldo de Juan de Mariana, etc como modelo absolutista y unitarista castellano al del modelo constitucionlista y "confederal" de la Corona de Aragón con pie en las doctrinas políticas bajomedievales del origen popular del poder político (Juan de París, Marsilio de Padua, etc) que estarán en la base de la revolución catalana de 1640, respuesta al proyecto de creación de un Estado español uniforme ínsita en el famoso "Gran Memorial" del Conde Duque de Olivares a Felipe IV en 1624 (p.. 162). La doble crisis peninsular (Cataluña/Portugal) fue la quiebra del proyecto unificador español del barroco (p. 169). Correcto, nada que objetar. Pero ¿por qué los tacitistas y los autores de la Monarchia hispanica no atinaron en su objetivo de crear la "nación española"?

Joaquim Albareda, en "Del tiempo de las libertades al triunfo del dominio absoluto borbónico" aporta una interpretación aguda del impacto de la Nueva Planta en la Corona de Aragón. La tradición confederal del austracismo había dado lugar en Cataluña a lo que llama un republicanismo monárquico (p. 181) en el que echa sus raíces el patriotismo catalán (p. 183) que la Nueva Planta trata de extirpar, aunque no puede evitar la persistencia del austracismo (p. 190). Ello explica la disidencia de Cataluña a lo largo del siglo XVIII (p. 193). Termina con tres conclusiones en donde se mezclan hechos con algún juicio de valor, que son tres clavos en ataud del drácula unionista: 1ª) Durante el siglo XVIII se mantiene en la Corona de Aragón la idea de que el régimen abolido por la Nueva Planta era mejor que esta; 2ª) es falso que la uniformación fuera mejora o modernización; 3ª) no es admisible justificar la dominación y represión ejercida por los Borbones mediante el "derecho de conquista". Magistral su respuesta a la observación de García Cárcel de que en Cataluña se haya "sublimado hasta el éxtasis" el austracismo al decir sencillamente que quizá se deba a que fuera mejor que la Nueva Planta (p. 200).

Antonio Miguel Bernal, "Colonias, Imperio y Estado nacional" aborda una cuestión nuclear en el problema de la nacionalización de España o cómo esta no consiguió lo que sí consiguieron otros imperios, esto es, convertirse en nación. Las Indias se incorporaron a la Corona de Castilla en 1518, pero la Corona de Aragón, no (p. 216), lo cual explica por qué, con altibajos y muchos matices, esta estuvo excluida del trato con las Indias que fue cuestión pública directa de la Monarquía con el desastre hacendístico que ya se remonta a los tiempos de Felipe II y causó una sucesión de quiebras y suspensión de pagos de España (p. 223). La crisis del Imperio dejó un Estado nacional inacabado (p. 228).

Juan Sisinio Pérez Garzón, "La nación de los españoles: las juntas soberanas y la Constitución de 1812", es un curioso intento de justificar el conocido punto de vista del nacimiento de la conciencia de la nación española en la Constitución de 1812 que al autor le parece "sólidamente liberal" (p. 241). La argumentación es muy elaborada, trata con rigor y objetividad académicas las objeciones que suelen plantearse (la ironía del afrancesamiento del concepto "nación", las diferentes versiones de la idea de nación entre los diputados de Cádiz, la cuestión de España en América, etc) y con un relato apoyado en las exposiciones teóricas de las intervenciones en las Cortes de Cádiz y la actividad práctica de las juntas soberanas y la Junta Central, concluye que allí nace una nación española, aunque hace la concesión de que nace "en plural" (p. 255) pues de "pueblos españoles" habla el famoso decreto de igualdad de derechos entre "españoles europeos y americanos" (p. 152). De forma que en Cádiz nace la conciencia de la nación española y, desde entonces, las formas disgregadoras han  fracasado: el federalismo (p. 259) y la idea de confederación con América (p. 264). El nuevo empuje a la idea muy generalizada de 1812 como la génesis de la nación española presenta deficultades de claro perfil ideológico. En todo el trabajo de Pérez Garzón no se menciona ni una vez el papel de la Iglesia católica en ese proceso. Como si un tercio de los diputados en Cádiz no hubieran sido curas. Ni se habla del artículo 12, que consagra el catolicismo como única religión oficial de la nación española. Llamar "sólidamente liberal" a una Constitución que consagra la unión del trono y el altar (pues la Constitución también es monárquica) solo es admisible con una idea muy elástica del liberalismo. Por supuesto, esa idea es moneda común. Lo que ya no me parece admisible es que también se considere liberal la intolerancia religiosa, proclamada en el mismo artículo en el que se prohíbe el ejercicio de las demás religiones. Con esto en mente cabe preguntarse que entendían los "liberales" españoles de 1812 por igualdad de derechos cuando firman un documento que niega el derecho a la libertad de culto y qué idea tiene el propio autor que no hace notar algo tan evidente.

Borja de Riquer Permanyer, en "De Imperio arruinado a nación cuestionada" hace un análisis de la peculiar evolución política de España en el siglo XIX en cuyo inicio detecta una "excesiva influencia política" del ejército y de la Iglesia católica (p. 275). Por fin aparece la que a nuestro juicio es la principal responsable (no la única) del fracaso de España como nación: la Iglesia católica que está siempre escandalosamente ausente de todos los análisis criticos de la historia de España. Sigue Borja de Riquer: un siglo de oportunidades perdidas, régimen oligárquico con una Restauración que era también un fracaso producto de un pacto entre conservadores, la Iglesia y el ejército (p. 285). El resultado es una nacionalización de los españoles "frágil y superficial y poco covincente" (p. 286). Un país aislado, incapaz de reconstruir su imperio colonial, lleno de analfabetos y con una deficiente escolarización. Las elites liberales, a pesar de todo, dieron por supuesta la existencia de la nación española sin que fuera preciso hacer algo por consolidarla (p. 304) cuando en realidad estaba todo por hacer. Será en el 98 cuando los intelectuales descubran que "no hay nación". (p. 306).

Ramón Villares, "Exilio, democracia y autonomías: entre Galeuzka y las Españas" es un buen y original trabajo ya que no se encuentra mucho ensayo sobre Galeuzka, probablemente porque fue una idea que nunca terminó de arrancar y a la que el autor sigue en las cuatro partes de su trabajo: 1) experiencia republicana y guerra civil; 2) exilio republicano; 3) reelaboración del nacionalismo republicano en el exilio, sobre todo en México; 4) la posición de los nacionalismos en los años 60; (p. 313). Después de analizar la evolución en todo ese tiempo, concluye que ya en los años 80 quedan consolidados los dos modelos que se habían perfilado: el de las cuatro naciones (que se iban reduciendo a dos) de Galeuzka y el de la federalización igualitaria que se defendió entre 1953 y 1962 en la revista editada en México Las Españas y Diálogo de las Españas (p. 362).

Juan Romero y Manuel Alcaraz, "Estado, naciones y regiones en la España democrática" es un extenso trabajo sobre las peripecias de la nunca reconocida plurinacionalidad del Estado desde la transición. Parten los autores del supuesto de que no fue la Constitución (que tuvo éxito en el Estado de los autonomías) sino la práctica política lo que lo ha impedido (p. 372). La transición fue una especie de sucesión de pactos: a) por la Monarquía; b) pacto de "gestión de la historia" (que es el que me parece más dudoso y no lo llamaría "pacto" sino imposición y engaño; c) pacto democrático; y d) pacto social (pp. 376-77). Coincido con la imagen de la transición como una serie de consensos, aunque no les daría el valor que los autores les conceden. Pero eso no es importante. Más importante es el juicio que merece el Estado de las autonomías, resultado del proceso constituyente de facto de 1978 que los autores recorren en un espíritu bastante respetuoso con el saber convencional sobre esta circunstancia para entender que aquel Estado, que en un principio se concibió como asimétrico acabó siendo simétrico y uniformador, con lo que se abona la tesis de que no fue el texto sino los encargados de aplicarlo y vivirlo quienes fracasaron (p. 400). Discrepo: el Estado de las autonomías es un fracaso en su ejercicio y también lo era en su planteamiento sin que lo uno sea causa de lo otro sino que es una simple acumulación de fracasos: el título VIII en su conjunto es un dislate pensado para un país que aún no existía y los años de práctica solo han demostrado que aquel dislate era impracticable porque seguía sin coincidir con el país real. Solo la magnífica cita de un trozo de uno de esos inenarrables alegatos de Rajoy en 1993 sobre la nación española en el que se repiten las habituales majaderías del personaje (España, el proyecto de vida en común más antiguo de Europa. el sentimiento antiespañol, etc) deja claro este extremo. Si la nacionalización de España en el XIX fue un fracaso según señalaba antes Borja de Riquer, también lo ha sido la "renacionalización" de la derecha española a partir del año 2000 (p. 407). Y yo añadiría más: lo ha sido porque la derecha ultrarreaccionaria y nacionalcatólica española no concibe ni admite ninguna otra forma de organizar el país que no sea el disparate del mantenella y no enmendalla de su obstinado propósito. Son, entiendo, optimistas las autores cuando proponen iniciar un proceso político de cambio del Estado en clave federal y no simpatizan con las tesis secesionistas (p. 414) y no es más realista que acudan a las propuestas de federalización del PSOE (p. 421) que, a mi juicio, son puras instrumentalizaciones. La esperanza es lo último que quedó en la caja de Pandora y ese es el sentido del mito y de nuestra realidad: ahí se quedó.

Alain G. Gagnon, "Nuevos retos para los estados plurinacionales en el siglo XXI. El caso español en contexto" es un trabajo circunstancial a mi juicio que trata de apuntalar la tesis de la salida federal al contumaz laberinto español. De las cuatro posibles opciones que el politólogo franco-canadiense considera  (mantenimiento del statu quo; recentralización; reactualización y ampliación de las autonomías; y secesión) (p. 434) la que goza de sus simpatías es la tercera, revestida de federalismo expuesto con tantas precauciones que más que una forma de organización del Estado parece que esté diseñando un mecanismo de exquisito arbitraje de conflictos (p. 441) lo que quizá debiera hacerle pensar que proponer una estructura federal en donde hay una ausencia radical de cualquier Bundestreue es un ejercicio académico tan vano como melancólico.

En fin: un buen libro que pone en sus términos la encrucijada de España hoy, investigando en sus raíces históricas.

dimarts, 26 de gener del 2016

Europa y el ascenso de Alemania

Matthias von Hellfeld (2015) Das lange 19. Jahrhundert. Zwischen Revolution und Krieg 1776 bis 1914Bonn: J. H. W. Dietz Nachf. (285 págs).
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De vez en cuando conviene dar un repaso a la historia para mejorar nuestro conocimiento del presente. Así se sigue de la inteligente observación de Karl Marx sobre el presente histórico. Somos el resultado de la acumulación de aciertos y errores de nuestros antepasados y nuestra época, al igual que las demás, hunde sus raíces en los siglos anteriores. Asimismo conviene refrescar nuestras ideas al respecto pues la historiografía es una ciencia y, como todas las ciencias, no se está quieta, sino que avanza, cambia de perspectivas, acumula nuevos hallazgos y nos obliga a rehacer nuestras convicciones. La obra en comentario de Matthias von Hellfeld, obra de un competente historiador con vision periodística, cumple estos requisitos y nos aporta una visión renovada del siglo XIX europeo, concebido como una unidad.

Una unidad... europea. El mundo, apenas cuenta más que como comparsa u objeto de colonialismo y explotación. Y, dentro de Europa... Alemania. El resto del continente aparece, sí, algo más, pero tampoco mucho y siempre en sus relaciones con Alemania. En realidad, la obra, muy interesante, desde luego, es una historia de Alemania en el siglo XIX. Pero como Alemania en el siglo XIX no existía como Estado unitario sino que estaba troceada entre las dos grandes unidades de Prusia y Austria y un par de centenares de pequeños entes políticos de todo tipo, las abigarradas relaciones de ese mundo germánico, verdadero corazón de Europa, con sus vecinos más característicos, Francia, Inglaterra, Rusia, Italia y, algo más lejos, Turquía, opera como una historia del continente con una clara delimitación de los términos a quo  (la revolución francesa) y ad quem  (la primera guerra mundial) y una conclusión territorial dolorosa para los españoles: en todo ese tiempo, España está ausente de Europa, no existe, nadie la tiene en cuenta sino es como un territorio con el que las potencias juegan en sus relaciones.

Von Hellfeld entiende el siglo XIX como época de sentido, caracterizada por la aparición de los derechos fundamentales universales, la separación de la iglesia y el Estado, el gobierno constitucional, y la primacía del individuo frente al Estado. Sus dos elementos esenciales fueron la industrializacion y la formación de Estados nacionales. Y el siglo fue un siglo liberal (p. 13). Coincido con el juicio, que es una buena síntesis..

El rasgo esencial, el detonante de esta evolución fue la Revolución francesa. Como buen europeo, Hellfeld reconoce que esta vino importada de los EEUU, pero se olvida pronto de este pecadillo de juventud. Le interesan sus efectos en toda Europa.  El terror. El Imperio. El fin del Sacro Imperio Romano Germánico de la nación alemana. De la revolución vienen las reformas de Prusia con Federico Guillermo III a iniciativa de los ilustrados Heinrich von Stein y August von Hardenberg: ejército popular permanente (frente a soldados pagos); supresión del Estado estamental y la servidumbre; administración estatal; reforma de la justicia; emancipación de los judíos, libre comercio y gobierno de gabinete (p. 43). Derrotada por Francia, la influencia francesa, unida a la Leistungsfähigkeit germánica, haría de Prusia una potencia. En la lucha contra Napoleón surgieron los nacionalismos europeos. Johann Gottlieb Fichte, en su Discurso a la nación alemana (p. 47), es ejemplo señero de ello.

El Congreso de Viena y la restauración de 1815 echan el péndulo hacia la derecha. Inglaterra, Francia, Rusia, Austria, Prusia son el quinteto encargado de restaurar el viejo orden de alianza del trono y el altar. Es significativo que Francia, derrotada definitivamente en Waterloo, se siente en la mesa de los vencedores con Talleyrand (p. 54), mientras que España, una de las vencedoras, no está en Viena, aunque sí padecerá luego sus  consecuencias, con los 100.000 hijos de San Luis. Hellfeld considera con tino que, después de la paz de Westfalia (1648), Viena fue la segunda conferencia de seguridad en Europa (p. 57). Insisto, con España fuera. Allí se creó la Federación Alemana (Der deutsche Bund) junto a Prusia y Austria, para poner algún concierto en el abigarrado mundo de la Deutschtum. El orden en Europa no lo decidirían los Estados ni las naciones, sino los tronos y las coronas (p. 59). De Viena sale como punta de lanza de la reacción la Santa Alianza (Rusia, Prusia, Austria, Francia), de la que la liberal Inglaterra se mantiene avisadamente al margen (p. 64). Primeros vagidos del nacionalismo alemán (que luego tendrá tan mala fama): la  reunión de Burschenschaften (esto es, asociaciones de estudiantes) en 1817 en Karlsbad en recuerdo de 300 aniversario de Martin Luther, padre de la patria alemana, y la consolidación de los colores nacionales:  negro-rojo-oro (p. 68).

La época de la restauración es el reinado del orden conservador: la esfera pública alemana reprimida y retirada a la intimidad que caracteriza el famoso estilo artístico Biedermeier  (p. 73). El centro de la vida es ahora la familia. Una de sus más felices consecuencias será la fundación del primer Kindergarten en 1841 (p. 78). En paralelo al Biedermeier, el romanticismo que Hellfeld, con escasa originalidad, pero correctamente, simboliza en la búsqueda de la "flor azul"  en el Heinrich von Ofterdingen del gran Novalis (p. 80).

En el orden material, pobreza e industrialización en típica relación causal de la época de la acumulación de capital. La mayor parte del siglo ve una epidemia de pobreza y emigración. La vida en las ciudades se compone de slums, miseria, trabajo femenino e infantil, jornadas interminables y salarios de hambre. Es la pauta de la industrialización europea. Su elemento simbólico, los ferrocarriles. Inglaterra : 1840 (1.348 km de trazado) y 1880 (29.000 kms). Alemania : 1840 (549 kms), 1880 (34.000 kms) (p. 97). Un desarrollo explosivo en todas ramas de la industria, empezando por la textil.  En 1834 se funda la  Zollverein alemana (p. 100) que, en el fondo, es el primer intento de unificación nacional. Conjuntamente con el desarrollo industrial y comercial y la acumulación de capital, como su antítesis, la organización del movimiento obrero en el que son decisivas dos figuras alemanas,  Marx y Engels.

En el ámbito ideológico, el siglo XIX es el del nacionalismo y el liberalismo. Resulta interesante que en la citada fiesta de Karlsbad (Wartburg) (1817), los estudiantes quemaran varias docenas de libros "reaccionarios", entre ellos, el Code Napolèon (esto de quemar libros no es solo cosa de la Inquisición y los nazis) y redactaran un programa nacionalista, considerado el "primer programa de partido alemán" (Huber, 1991) (p. 109). Este tiempo fue el de surgimiento del sentimiento nacional alemán. Hellfeld profundiza con delectación teutónica en el desarrollo de ese espíritu germánico: Friedrich Carl von Moser redactó en 1765 un estudio según el cual los alemanes tenían "conciencia nacional" sin ser una nación (p. 112).  Como siempre, el nacionalismo se estimula con el enfrentamiento: a raíz del conflicto con Francia, cuando Thiers quiso anexionarse la orilla izquierda del Rin,  Max Schneckerburger escribe el famoso poema Die Wacht am Rhein, (1840) y Heinrich Hoffmann von Fallersleben, en visita a Helgoland (1841), la Lied der Deutschen, cuya 3ª estrofa (Deutschland, Deutschland über alles) es hoy parte del himno nacional (p. 120). Desde la revolución francesa de 1830 hasta la de 1848/49, en Alemania hay una agitación nacionalista permanente. Se suceden la fundación de La joven Alemania, el movimiento democrático, decenas de constituciones en los pequeños estados de la Federación alemana, hasta desembocar en el espíritu del Vormärz (p. 129). 

La revolución europea de 1848/49 pone fin al período de la restauración. Luego de la revolución de Viena de 1848, se convoca la Asamblea Nacional alemana de Frankfurt el 18 de mayo de 1848 (p. 138). Por primera vez se promulga una declaración de derechos fundamentales y se plantea la "cuestión alemana" (gran-pequeña Alemania) que atenazará al país hasta la guerra austro-prusiana de 1866. Por fin, el 3 de abril de 1849, más de 30 parlamentarios de Frankfurt viajaron a Berlín, a ofrecer la corona constitucional a Federico Guillermo IV (147). Este no la reconoció y la revolución acabó por represión, con muchos alemanes prisioneros o exiliados sobre todo en los EEUU (p. 152). Un desarrollo parecido al de España en 1814-1820-1823.

Llega el tiempo de la Nation-building, en Europa, del que, como siempre, España está ausente. Es la época de Otto von Bismarck. La guerra de Crimea rompe el equilibrio de Viena. La "nueva era" con la fundación de la Deutsche Nationalverein y el trabajo conjunto de Bismarck y Guillermo I (p. 160). El Deutsches Reich nacerá en tres sobresaltos: 1º) la cuestión del ducado de Schleswig-Holstein (30 octubre 1864) en que Prusia y Austria fueron juntas contra toda previsión y se quedaron con la posesión en administración común. 2º) Guerra austro-prusiana, terminada con la batalla de Königgratz, 3 de julio de 1866. Por primera vez se usó el ferrocarril para traslado de grandes cantidades de tropas (p. 164). De esa guerra salió la Liga de Alemania del Norte y el comienzo de la emancipación de Italia. El conde Camillo Cavour fundó el periódico Il Risorgimento, que dio nombre al movimiento, con el cual avanzó mucho la unidad de Italia gracias a la ayuda de Napoleón III (p. 168). Es imposible dejar de lamentar que en España no hubiera estadista alguno con la misma conciencia nacional que Cavour en Italia. 3º) Guerra franco-prusiana de 1870 a raíz del "telegrama de Ems". De nuevo aparece España en las relaciones entre las potencias europeas como una mera presa, un territorio sin voluntad propia con el que los Estados europeos juegan en sus juegos de poder. La guerra acaba con la victoria de Sedan en la que tiene enorme importancia el uso militar de la telegrafía y los ferrocarriles y la fundación del Imperio alemán en Versalles. La contrapartida para la historia será la Comuna de París de 1871 (p. 172), considerada por Marx como el primer gobierno obrero de la historia.

La política del siglo con sus partidos, movimientos y asociaciones es muy complicada. El mundo bismarckiano está muy bien expuesto. El ascenso de los católicos provoca la Kulturkampf, que lleva a la separación Iglesia-Estado, auspiciada por Bismarck. El resultado, el Zentrum, fue contraproducente a corto plazo, pues los diputados católicos en el Reichstag aumentaron, como sucedería luego con los socialistas, si bien el asunto no quitaba el sueño al Canciller de Hierro, dado que la cámara apenas tenía competencias. Pero es muy significativa y esencial en el proceso de construcción del Estado alemán la lucha de Bismarck y Pio Nono (el del Syllabus) (p. 183). El conservadurismo estilo Junckertum de Bismarck lo lleva a promulgar la ley contra los socialistas del 21 de octubre de 1878 (p. 186). Lo pintoresco es que de ahí vino asimismo la primera formulación del Estado povidencial en su forma de Obrigkeitstaat, pionero del Estado del bienestar, con la legislación social prusiana de 1883-1889, la más avanzada del mundo: invalidez, pensiones, enfermedad, pagadas por igual por empresarios y trabajadores (p. 188). En esta época se generaliza también en Alemania (en paralelo con la Inglaterra victoriana), el movimiento feminista: (la primera mujer doctora, Ricarda Huch, se graduó en 1896) (p. 193), el movimiento juvenil, la nueva pedagogía de la mano del pedagogo checo Johann Amos Comenius (p. 198) y, a primeros de siglo, con la recepción de la  influencia de Maria Montessori (p. 200). Al final de la era bismarckiana, Alemania es un Estado autoritario pero tan avanzado como Francia o Inglaterra. La comparación con España es deprimente.

Convertida en potencia europa, Alemania ejerce. Es la época del imperialismo y el reparto del África se decide en los dos congresos de Berlín (1º, 1778, 2º, 1884), así como el trabajoso tejer y destejer de las alianzas europeas (p. 208). Después  de 1888, el "año de los tres emperadores (Guillermo I, Federico III y Guillermo II), se produce el despido de Bismarck (p. 212) quien ve cómo el joven emperador revierte toda su delicada política exterior. Avanza la industrialización y el nacionalismo agresivo alemán. Alemania no solo quiere "un lugar al sol" como en tiempos del Canciller de Hierro, sino mucho más: quiere dominar Europa; quizá el mundo. La "Asociación Pangermánica", surge con el fin de crear el III Reich. Significativo del tiempo y lo que vendría después, este espíritu es el programa de los medios de comunicación. Uno de los fundadores de la Asociación Pangermánica, Alfred Hugenberg, un magnate de los medios al estilo de William R. Hearst en los EEUU, fue el vocero del expansionismo europeo y africano de Alemania (p. 219). La conciencia de la verspätete Nation se acuñaba en un espíritu imperialista y antisemita.

El milagro alemán llevaría al país a la rivalidad industrial y marítima con Inglaterra y, en definitiva, a la guerra. Todo el sistema de alianzas en Europa, la triple entente y las potencias centrales, apuntaban a la inevitabilidad del conflicto. Los antecedentes fueron la guerra de Crimea, ("primera guerra total") (237) y los conflictos de los balkanes. El Imperio alemán se basaba en un nacionalismo agresivo que había "germanizado" sus orígenes en una lucha nietzscheana entre la Kultur y la Zivilisation (p. 246). El resto, camino del desastre, fueron puras contengencias: el atentado de Sarajevo y la crisis de julio de 1914.

Un gran resumen de la historia europea del siglo XIX desde una perspectiva germánica. escrito con una distanciada empatía hacia el surgimiento de la Alemania contemporánea.

dijous, 14 de gener del 2016

¿De qué sirve quemar libros?

Louis Sébastien Mercier (2016) El año 2440. Un sueño como no ha habido otro. Madrid: Akal (326 págs). Traducción y notas de Ramón Cotarelo.
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Palinuro empieza bien el año. Akal acaba de sacar este extraño e interesante libro de Louis S. Mercier, traducido y anotado por él. El año 2440, se publicó por primera vez en 1770 y llegó a tener numerosísimas ediciones que, por cierto, el autor -un prolífico Tostao francés, verdadero adicto a la pluma- fue alargando de edición en edicion, de forma que lo que empezó siendo un volumen, acabó en tres. Es uno más de los numerosos rasgos peculiares de esta obra. Otro es que no solamente es una utopía sino una ucronía. De hecho, la primera ucronía de la historia pues, aunque se conocen otras dos oscuras anteriores (una de ellas del siglo XVII), son de muy inferior calidad. Mercier puede llevar con orgullo este título de ser el príncipe de un género nuevo o subgénero de la utopía que luego ha tenido muy ilustres cultivadores (como Washington Irving, Mark Twain, Herbert G. Wells, Edward Bellamy, George Orwell, Ray Bradbury, Edmund Abot, etc) hasta la pléyade de escritores de ciencia-ficcion, pues este género es básicamente ucrónico.

La base argumental es sencilla: un escritor francés ilustrado, amigo de ilustrados, seguidor acérrimo de J. J. Rousseau, se duerme en el París de 1770 y se despierta en la misma ciudad 670 años más tarde. Las cosas han cambiado un poco y él va tomando conocimiento de ellas al modo canónico que el género utópico estableció ya desde la primera obra que dio nombre al género, la Utopía, de Tomás Moro y que, en realidad, es una adaptación del verdadero origen poético y filosófico de esta forma narrativa: la Divina comedia, de Dante: un hombre visita un espacio extraño, desconocido, imaginario, nuevo, de la mano de un nativo o un guía que conoce el lugar (o no-lugar), como Virgilio lleva a Dante. Así observa los cambios de lugares, de personas, ideas, costumbres y va desplegando ante nuestros ojos ese mundo nuevo que él lleva en la cabeza y pretende proyectar en la realidad para que, como sucede siempre con las utopías, porque tal es su espíritu, podamos comprender qué insatisfactorio es el nuestro, cuán criticable, cuán absurdo e injusto. 

Para hacer justicia a otra característica de la cultura francesa, se trata de una obra perfectamente parisina, de forma que quienes, además de amar la literatura utópica y la específicamente ucrónica, sean aficionados a París, gozarán con el detallado conocimiento que de esta ciudad tenía Mercier, un verdadero cronista de la villa de la que sabe todo y así lo refleja en su libro: los puentes sobre el Sena, la Conciergérie, el Louvre, la Académie, el Colegio de las cuatro naciones, etc. Las calles, las costumbres, los lugares, como eran en el siglo XVIII y como las recreaba él 670 años más tarde.

Y, junto a las calles, las gentes, los oficios, las clases sociales, la nobleza, el clero, los literatos, poetas, dramaturgos, filósofos. Y Rousseau, mucho Rousseau, así como Cesare Beccaria, cuyo libro sobre los delitos y las penas está muy presente en esta obra a la hora de reflexionar sobre la justicia, los procesos, las condenas y la pena de muerte. Todo muy relacionado con el tiempo en que vivio, la época pre y postrevolucionaria. Mercier entró en La Bastilla al asalto el 14 de julio y, siendo luego girondino y no favorable a la ejecución de Luis XVI, estuvo preso por el Terror y a punto de ser guillotinado por su amigo Robespierre, destino aciago del que se salvó porque la cuchilla segó antes la vida de aquel. Un hombre rebelde, revolucionario, se decía, en tiempos conservadores y conservador en tiempos revolucionarios.  

Y, de París, al amplio mundo. Mediante un ardid literario, Mercier informa a sus contemporáneos de cómo serían las otras naciones y continentes 670 años más tarde: Inglaterra, Alemania, Rusia, España, la China, el Japón, la India, el África y América entera, en donde un esclavo negro, en valiente insurrección, emanciparía el continente entero, en una especie de premonición de la obra de Toussaint L'Overture.

Por supuesto, un libro explosivo, de crítica mordaz que hubo de editarse en el extranjero, especialmente en Inglaterra porque en Francia estaba prohibido. Y, si en Francia estaba prohibido, en España cabe imaginar: prohibido, encarcelado (sí, sí, encarcelado el libro bajo orden de la Inquisición) y quemado en la plaza Mayor por mano de verdugo, según lo dispuesto en tres reales cédulas. Por si alguien cree que exagero, copio textual del prólogo que le ha puesto María-Luisa Sánchez Mejía que sigue en esto el estudio de J. A. Alejandre "El año 2440: el poder regio y la Inquisición contra la utopía", publicado en 2006 en Dykinson, Madrid, porque se vea qué país hemos heredado: "Y aún hubo una Real Cédula, el 17 de marzo (de 1778), para fijar los castigos a quienes desafiaran la prohibición de comerciar con esa obra y para ordenar la entrega al verdugo del único ejemplar conocido hasta la fecha. Con gran observancia de las normas, el 30 de marzo el libro fue trasladado desde la cárcel real a la Sala de Alcaldes de Corte y, al día siguiente, custodiado por el alcalde hasta la plaza Mayor, entregado al escribano mayor de la Sala que, a su vez, lo puso en manos del verdugo. El pregonero leyó dos veces el texto de la Real Cédula para que todos conocieran las razones del acto que iba a tener lugar a continuación. En presencia del alcalde, de un oficial de la Sala y de dos alguaciles, el libro fue quemado hasta ser reducido a cenizas, según consta en el acta correspondiente."

Una digresión a propósito, esto de quemar libros es vieja costumbre de todas las épocas y condiciones. Todo el mundo se horroriza de las piras que organizaron los alemanes en la Kurfürstendamm en su época de barbarie, pero casi nadie, que yo sepa, ha dicho que la purga de la biblioteca de don Quijote, al comienzo de la novela, es otra penosa muestra de esta peregrina forma de ajustar cuentas con lo que no nos gusta. Es verdad que el episodio cervantino es imaginario y el de las bestias pardas muy real, pero comparten un elemento: el fuego, elevado después a metáfora en Fahrenheit 451. 

Era solo una digresión. Recupero mi narrativa. El libro fue quemado en España porque, entre otras cosas, condena a nuestro país por las barbaridades cometidas en Amèrica y, además, le niega el perdón que, sin embargo, si concede a los otros Estados europeos culpables también de crímenes en el Nuevo Mundo. 

Y no solo fue quemado. Jamás se tradujo ni se editó. Solo se cuenta una traducción publicada en México en los años ochenta del siglo pasado. En España, jamás.

Esta es la primera vez que se publica en España un libro quemado hace 238 años.

Estoy muy contento de haberlo traducido en la colección de utopías que dirijo en Akal.

dimarts, 29 de desembre del 2015

La memoria tiene dueño

Richard Overy (consultor editorial) (2013) El siglo XX. Madrid: Akal. (320 págs).
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Las editoriales suelen obsequiar a sus autores con algún libro suyo, de esos que son adecuados para regalos. Esta año, Akal me ha enviado esta especie de resumen del siglo XX, un buen ejercicio de fotoperiodismo de la centuria pasada, publicado originalmente en inglés, bien documentado, bien concebido y muy grato de leer.

En ocasiones se dice que el siglo XX ha sido el más corto pues, habiendo comenzado en la revolución rusa de 1917, terminó con la caída de la Unión Soviética, también Rusia, en 1991. Se trata, pues, de un siglo monotemático, pero con un tema grandioso: el siglo en que la utopía comunista se hizo realidad y tuvo tiempo para demostrar que en su seno se gestaba una de las más inhumanas y odiosas tiranías que haya conocido el planeta. Disponemos ya de numerosos análisis explicativos de cómo pudo producirse ese repentino derrumbe, pero ninguno, que yo sepa, desde una perspectiva marxista, siendo así que, al menos oficialmente, la URSS era un régimen inspirado en el marxismo. Sin embargo, los marxistas siguen callados. No me refiero a los escritos de los trotskistas que hablaban de la corrupción del régimen soviético, sino de obras de estudio e investigación marxistas. Silencio. El marxismo se creyó capaz de predecir el hundimiento del comunismo, pero no es capaz de explicar el del comunismo que es el que se ha producido. Los pocos partidos comunistas que quedan, seguidores del marxismo y de su curiosa perversión leninista, prefieren ocultar sus siglas y símbolos y, como IU en España, presentarse bajo otra denominación de origen, algo en lo que insisten, pues no les queda otro remedio. El trasvase masivo de miembros de IU a Podemos en España augura una operación  similar y, aunque por ahora, parece tener un relativo éxito, es cuestión de tiempo para que el fondo comunista del experimento acabe revelándose a los ojos de un electorado momentáneamnte embelesado con las apariciones televisivas de sus líderes.

Este fenómeno de unos militantes de una ideología, la comunista, que actúan en el seno de organizaciones que la ocultan es uno de los más curiosos fenómenos de psicología colectiva del siglo XX. El comunismo tiene una autoconciencia enraizada en la clandestinidad y este comportamiento desdoblado (somos de IU pero, en el fondo, somos comunistas; no somos de izquierdas ni de derechas pero, en realidad, sí somos de izquierdas), esquizoide caracteriza todas sus organizaciones y determina su comportamiento individual. Algún día volveremos sobre ello porque es fascinante para entender muchas otras cosas.

El siglo XX es el siglo del comunismo y el del fracaso del comunismo. Pero también es el de muchas otras cosas. Ha sido una centuria abigarrada, llena de sorpresas, invenciones, novedades, glorias y miserias. Como todas. Como lo será el siglo XXI. Pero, para nosotros, es el que encierra las claves inmediatas de muchos de los fenómenos coetáneos y por eso tiene más interés. Esta obra es un buen repaso, completo y documentado... desde un punto de vista inglés. Es decir, no es inocente. Los temas que se tratan evidencian una determinada perspectiva. Si el libro fuera francés, habría habido variantes. Por ejemplo, en lugar de dar importancia a la guerra de los bóers, a lo mejor comenzaba con el triunfo del Partido Radical y la separación de la Iglesia y el Estado en Francia. O daba más importancia al caso Dreyfus, que la tuvo. Algo que cien años después, los españoles aún no han logrado ni llevan camino de hacerlo.

Es más, este "anglicismo" de la visión mundial se observa en otro dato curioso: España no aparece como sujeto prácticamente en las 320 páginas del libro excepto para hablar de la guerra civil que fue el episodio español de mayor proyección internacional en ese siglo. Terminada la guerra civil, silencio; el silencio de la historia, eco del silencio que cayó como un manto sobre el país entero. Ni siquiera la famosa Transición merece una entrada en este repaso. Sí la hay para la Revolución de los claveles en 1974, en Portugal, pero no como preludio al fin de la dictadura en España, que ni se menciona, sino por derecho propio y para subrayar que, desde siempre, ha habido una relación especial de protección entre Inglaterra y Portugal que, de hecho, ha sido casi como una colonia o un "dominion" inconfeso de aquella. 

Es lógica esa perspectiva inglesa. La reina Victoria, epítome de la grandeza del imperio británico, murió en 1901, cerrando un siglo XIX que lleva su nombre y en el que la monarquía británica pasó a ser Imperio oficialmente pues la reina adoptó el título de emperatriz de la India. Lógico, pues, que los británicos comenzasen el siglo XX con una sobredosis de optimismo que los acontecimientos posteriores se encargarían de rebajar: la primera y la segunda guerra mundiales que quizá las democracias europeas no hubieran podido ganar sin la intervención de los Estados Unidos, la descolonización del África, la aventura de Suez en 1956, su tendencia al declive y estancamiento a partir de entonces que la revolución thatcherista de los años 90 no supo frenar, aunque lo prometió; y no solo no frenó sino que le añadió una nueva carga de desigualdad e injusticia social propia del neoliberalismo que otros países hemos padecido después.

Pero esa pérdida de hegemonía económica y militar vino, en parte, compensada por un aumento de su influencia política tanto en el seno de la Commonwealth como en la Unión Europea cuando, por fin, Gran Bretaña pudo ingresar tras la muerte del general De Gaulle que se oponía a su entrada y, como se ha visto luego, con muy buenas y poderosas razones. Compensada también con una enorme influencia cultural: el fenómeno de los Beatles carece de parangón en la historia. Y no solo la música: el cine, la literatura, el teatro, la moda, la ciencia ingleses estuvieron y están en primer plano en el mundo.

El siglo XX fue el del ascenso de los Estados Unidos a potencia mundial. Su intervención en la primera guerra de la mano del presidente Wilson y sus famosos 14 puntos para la paz fue decisiva para configurar el mapa de Europa en la posguerra. Por cierto, esta contienda tiene un tratamiento también típicamente inglés: se abre con dos páginas dedicadas a Gallipoli, episodio que, salvo los especialistas, el público no anglosajón casi ignora por entero. Pero, para los ingleses fue muy importante porque en él entraron en combate por primera vez efectivos de la ANZAC, esto es, tropas de Australia, Nueva Zelanda y el Canadá que sufrieron un desgaste terrible. Y junto a episodios más conocidos como el Somme o Verdun, de nuevo asuntos absolutamente británicos, como la guerra en Arabia y el fascinante asunto de Lawrence.

El resto del siglo, American Way of Life, la gran depresión, la ley seca y, en Europa, el ascenso de los totalitarismos, fascistas, nazis y comunistas. El camino hacia la segunda guerra mundial que, como es de imaginar, tiene un tratamiento detallado, desde Dunkerque hasta Hiroshima y Nagasaki. La guerra en el desierto, Pearl Harbor, el Pacífico. Una guerra verdaderamente mundial. Francia ocupada, De Gaulle, la resistencia, el maquis. Las atrocidades nazis. El Holocausto.

El mundo de la posguerra se inicia con el discurso de Churchill en Fulton sobre el telón de acero y la guerra fría: la contención, el muro de Berlín, la crisis de Cuba (el momento en que el mundo estuvo más cerca de una III guerra nuclear) y sus consecuencias, entre ellas las negociaciones para limitación de armamentos y la doctrina final cuyas siglas, MAD, apuntaban a la fundamental irracionalidad de la carrera armamentística: Mutual Assured Destruction. El mundo de Stanley Kubrick. No he encontrado (quizá se me haya pasado) referencia a la aportación alemana al fin de la guerra fría a partir de la llamada "Política del Este" (Ostpolitik) de la República Federal, origen de la conferencia de Helsinki y de la OSCE hoy activa. Pero sí al cierre de la guerra fría con la Perestroika y la Glasnost.

El relato no solo se refiere a asuntos políticos, militares y económicos sino que también trae interesantes resúmenes de corrientes artísticas, culturales y científicas por decenios: la agricultura, el arte y las vanguardias, la arquitectura (especialmente en los años 20), los automóviles de los años 40, el cine de los 50, la música en los 60, la medicina en los 70, la moda en los 80 y la tecnología en los 90.

Además de la visión anglosajona, hay huecos para otros países y partes del mundo muy interesantes de recordar y relacionar: la revolución cubana, la guerra civil del Congo, la guerra del Vietnam (en donde los Estados Unidos sustituyeron a Francia como potencia militar colonial solo para salir derrotados como habían salido los franceses de Dien Bien-Phu), la batalla de Argel, la revolución china y su aftermath, con la revolución cultural. Francia tiene un tratamiento de estrella en los años 60 por la revolución de mayo del 68, Praga por la de agosto del mismo año y Alemania retorna al escenario en los años setenta con el surgimiento de las guerrillas urbanas de la Rote Armee Fraktion, más conocida como "grupo de Baader-Meinhof".

Termina el repaso en los años 90 con la globalización y la apertura de la actual crisis económica.

Una última consideración, mirando el cambiante mapa de Europa en los cien años del siglo XX. En el llamado "viejo mundo", obsesionado con la seguridad de las fronteras, los Estados no han parado de moverse no solo territorialmente, sino también políticamente: Alemania ha cambiado varias veces de tamaño; Polonia ha aparecido, desaparecido y vuelto a aparecer, como el Guadiana; de los Países Bálticos no hablemos; y de los Balcanes, menos aún; Checoslovaquia se ha partido, como Chipre, mientras Alemania se ha reunificado; han desaparecido y aparecido Estados y han cambiado sus formas de gobierno. Compárese con  las Américas: los mismos Estados que accedieron a la independencia a fines del XVIII y el XIX son los que hay ahora, con leves cambios territoriales y frecuentes transformaciones de democracias en dictaduras y dictaduras en democracias. Pero nada más.

Europa es un continente de experimentación. Está vivo.

diumenge, 13 de desembre del 2015

La política, el amor y la guerra.

En el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid hay una sobre Cleopatra curiosa de ver. No es una exposición al estilo ordinario con una muestra sobre un personaje o una obra o un estilo o un tema monográfico de algún arte, sino un género algo distinto, una mezcla de exposición y espectáculo con un claro carácter comercial. La exposición actual sobre el Titanic en el Centro Fernando Fernán Gómez, del ayuntamiento, es algo parecido olo que mucho más cara. Esta de Cleopatra cuenta hasta con un teaser en la red. Está bien concebida, es agradable de visitar, tiene una finalidad más lúdica que investigadora y tiene con fuertes apoyos pedagógicos. Casi es más lo que se narra de diversas formas (mediante leyendas en las paredes, tablets y vídeos) que lo que efectivamente se muestra que, por lo demás, tampoco es de extraordinaria calidad ni originalidad.

Las piezas expuestas, procedentes de muy diversos museos son, en general, de facturas modestas, copias u objetos de escaso valor museístico, un par de esfinges de granito rosa muy desgastadas, algunos bustos helenísticos, varios como retratos de Cleopatra, muchos camafeos, joyas, pendientes y utensilios diversos, estatuas con mezcla de influencia griega y egipcia, frescos bastante pobres de Pompeya y Herculano y algún retrato mal conservado de  Fayum.  Alguna estatua tiene interés, en concreto una en basalto de la propia Cleopatra como Isis que a ella los gustaba representar porque si los faraones eran dioses, la faraonas habían de ser diosas. Por supuesto, se agradecen un par de sarcófagos de momia, también bastante pobres y algunas reproducciones de animales, como un  cocodrilo y an par de estatuas de dioses cinocéfalos de procedencia egipcia. Por lo menos, ambientan.

Hay algunas piezas que pueden resultar más curiosas, por ejemplo un busto de Serapis, que permite visualizar la divinidad sincrética, inventada en Alejandría en la que se fundían Apis y Osiris por parte egipcia y Zeus y Poseidon por parte griega, para dar origen al dios Serapis, cuyo culto se incorporó al panteón romano y se extendió por todo el Mediterráneo. Su centro, claro es, en el Serapión de Alejandría. También un papiro íntegro, procedente, creo del Museo de Historia del Arte de Viena, en el que se representa una psicostasis o escena completa del juicio de Osiris del Libro de los Muertos. Siempre me ha llamado la atención esta antiquísima creencia, evidentemente relacionada con la leyenda cristiana del juicio final, en la que Anubis procede a pesar en una balanza la vida del reciente difunto, representada por su corazón, que se deposita en un platillo de la balanza y, en el otro, una pluma. Si el difunto no pasa la prueba, es destrozado por un monstruo. Si la pasa, su Ka, su alma, sobrevive en su cuerpo momificado.

La exposición está dividida en seis ámbitos, cada uno de ellos dedicado a evocar aspectos de la vida y tiempo de Cleopatra: Egipto, los Ptolomeos, Cleopatra, Egipto en Roma, Cleopatra en el arte, Cleopatra en el cine, teatro, opera, ballet y Egipto en España, por supuesto de muy desigual valor. Los cuatro primeros se ayudan además por dos vídeos en los que se narra y reproduce la historia que es contexto del personaje así como la vida de este. Viendo el relato en su conjunto, así en un orden divulgativo, queda claro que el interés principal no reside en la historia de Cleopatra, sino en el que la hizo posible: Alejandro Magno y su creación de Alejandría. Aunque el macedonio no llegó a ver construida su ciudad, esta acabó dominando culturalmente el Mediterráneo cuando el general Ptolomeo puso en ella su capital y declaró Egipto independiente del imperio alejandrino. En realidad es el comienzo de la riquísima época helenística, caracterizada por su acumulación no solo de dioses, sino también de filosofías, lenguas, culturas, artes, a través de Alejandría, centro comercial del mundo, cuyo faro era una de las siete maravillas y cuya biblioteca, incendiada por accidente a consecuencia de una medida de Julio César, era centro del saber humano. 

Es la época lo fascinante. Cleopatra es una peripecia personal. Pero, a su vez, simboliza su tiempo y en su historia, entreverada de leyenda, late una pasión y un  interés que han fascinado a literatos, sobre todo dramaturgos (como Shakespeare y Bernard Shaw), pintores o músicos. Es una historia de pasión, de guerra, intriga, luchas por el poder. Comienza en el primer triunvirato (César, Pompeyo, Craso) y termina en el segundo (Octavio, Marco Antonio y Lépido), en mitad de las guerras civiles de Roma y deja a su paso un reguero de asesinatos, suicidios, saqueos, persecuciones, venganzas, victorias y derrotas por tierra y mar. 

Cleopatra tenía ambiciones de conservar el trono de un Egipto que ya había heredado de su padre como una especie de protectorado encubierto de Roma. Al recibirlo empezó reinando con un hermano y luego con otro con los cuales se enfrentó a muerte hasta que se quedó sola gobernante. Se casó con ambos sucesivamente, pues los griegos de la dinastía Ptolomea no solo adoptaron cultos, ritos y formas egipcias sino también su costumbre de que los faraones se casaran con su hermanas, con lo que mantuvieron el incesto como provisión de la dinastía. Utilizó para sus fines todas las artes, las bélicas y las eróticas, fue de consuno con Marte y con Venus. Sedujo primero a César, con quien tuvo un hijo y, luego, tras el asesinato de este, volvió a Egipto solo para verse de nuevo inmersa en los planes de Roma para Egipto, momento en que también sedujo a Marco Antonio, con quien tuvo tres hijos. El arte ha sublimado esta seducción con la leyenda de cómo Cleopatra convenció a Marco Antonio bebiendo una copa de vinagre en la que había disuelto la perla más grande del mundo. En algún lugar hay un magnífico fresco de Tiépolo representando esta escena. Son los mimbres de las fábulas. Es fama la belleza de Cleopatra pero Plutarco dice que cautivaba por la palabra porque era una mujer muy culta que hablaba muchas lenguas. De hecho, parece que hablaba egipcio, lengua de sus súbditos que los Ptolomeos se habían negado a aprender.

El ambiente dedicado a las representaciones pictóricas de Cleopatra, como el resto de muestras de la exposición, mediocre. Vemos un boceto de Miguel Ángel, una Cleopatra de Waterhouse y otra de Fernand Khnopf y el resto anónimos, obras de taller y artistas poco conocidos. Siendo así que hay Cleopatras de Alma Tadema, Gêrome, del citado Tiépolo y de muchos otros autores al ser un tema, especialmente la muerte de la faraona, al que los pintores suelen recurrir porque justifica el desnudo.

El sentido comercial se acentúa en el penúltimo ambiente, el de Cleopatra y las artes escénicas en la que se recuerda que la historia se ha llevado al cine seis veces y haciendo hincapié en el hecho de que el papel fue siempre codiciado por grandes actrices. Soy capaz de recordar cinco de las seis: Teda Bara, Claudette Colbert, Vivien Leigh, Sofia Loren, Elizabeth Taylor. Hay abundacia de elementos escenográficos de cine y ballet y bastantes figurines, muchos de ellos obra del gran Leon Baskt, que trabajaba para el ballet Djiaguilev.

En fin, un buen sitio para solazarse en otra época al comienzo de la nuestra y a donde puede llevarse a los niños porque hay abundancia de talleres infantiles.

dissabte, 12 de desembre del 2015

Las pobres no sabían lo que les esperaba.

Con motivo del centenario de la creación de la Residencia de Señoritas como grupo femenino de la Residencia de Estudiantes, creada, a su vez, en 1910, esta alberga una documentada y cuidada exposición, sobre aquella, muy bien comisariada por Almudena de la Cueva y Margarita Márquez Padorno. Abarca de 1915 hasta 1936 y más allá, en los años del franquismo aunque, naturalmente, solo como apéndice porque, como cabe imaginar, los fascistas no iban a tolerar un centro de educación superior para mujeres y, como todo lo que tocaban, y tocan, la convirtieron en una farsa, una burla, una triste muestra de la cerrazón mental y el machismo de esa gente.

Año 1910, 1915, los años veinte, treinta, el llamado siglo de plata español, cuando florecían los Garcia Lorca, los del 27, Dalí, Buñuel, (todos residentes), los Juan Ramón, los Machado, Unamuno, Ortega, Azorín, etc., etc., pero también las Victoria Kent, Clara Campoamor, Zenobia Camprubí, Maruja Mallo, María de Maeztu, etc., etc,. Gracias a los esfuerzos de la Junta para la Ampliación de Estudios (JAE), creada en 1907 y presidida por Ramón y Cajal, asistido por el infatigable José Castillejo, foco poderoso de fomento de la ciencia, las humanidades, el saber en general, que becó a cientos de jóvenes investigadores y científicos y subvencionó sus viajes y estancias en centros extranjeros, España conoció en aquellos años una explosión de creatividad que justifica aquel título. A su vez, la JAE, fue el resultado del prestigio de la Institución Libre de Enseñanza, organismo de educación superior que se nutríó con los catedráticos de la central expulsados a partir del siniestro decreto Orovio, dirigido por Giner de los Ríos. Giner introdujo en España las ideas del filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause hoy casi desconocido en su propio país, pero muy influyente en este a través del krausismo que trajo con él Julián Sanz del Río, el maestro de Giner.

La Residencia de Estudiantes y subsiguiente Residencia de Señoritas son resultado del krausismo de la Institución Libre de Enseñanza (ILE). Entre los rasgos característicos de su enfoque filosófico y educativo se contaba en primerísimo lugar la equiparación de las mujeres y los hombres en la educación, cosa revolucionaria en España en donde hasta 1910, precisamente, no se derogó la norma que exigía a las mujeres un permiso especial para estudiar en la universidad. Algunas de las mujeres que accedieron a estudios universitarios en el siglo XIX, como María Goyri o Pardo Bazán lo hicieron en condiciones casi heroicas. Por ejemplo, Concepción Arenal iba a las clases de Derecho vestida de hombre. El krausismo y la ILE querían acabar con esta discriminación y, dicho y hecho, en 1915 nacía la Residencia de Señoritas en un palacete en la calle Fortuny que hoy ocupa la Fundación Ortega-Marañón con el adjunto edificio Arniches, actualmente también en uso.

Antes de seguir, una breve observación para quienes aún no hayan caído en lo significativo y simbólico oculto, latente de este asunto. Residencia de Estudiantes, o sea, de chicos y chicas, ¿no? Ni hablar. Solo de varones. ¡Ah! Pero los términos que acaban en "ante" o "ente" (caminante, viandante, paseante, combatiente, representante) ¿no incluyen a ambos sexos según las gentes que niegan la estructura patriarcal del lenguaje y tachan de "políticamente correctos" con sorna a quienes defendemos lo contrario? Al fin y al cabo, he oído por ahí, esa terminación "ente" viene de ens, entis y no tiene género. ¿Seguro? Entonces ¿por qué las chicas fueron a su propia residencia? Y, sobre todo, ¿por qué no se llamó la nueva casa Residencia de Estudiantes II si no se quería llamarla Residencia de Estudiantas? Obviamente, porque en el primero había estudiantes y en el segundo señoritas. Por si no estuviera claro: el término estudiantes no incluía a las mujeres. Es más, ya veríamos si las mujeres llegaban a estudiantes. De momento y por si acaso, señoritas. 

En fin, vamos allá. La exposición está muy bien. Por la Residencia de Señoritas pasaron generaciones enteras de mujeres que formaron una especie de elite de la vida española y hubieran dado mucho más de sí de no haber ganado la guerra los fascistas y nacionalcatólicos: María Zambrano, las mencionadas más arriba, Delhy Tejero, Joaquina Zamora, Marina Romero, Josefina Carabias, Maria Luz Morales, quien, por cierto, crearía en 1931 una Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes en Barcelona (estas catalanas, siempre poniendo los puntos sobre las íes: "internacional" y "estudiantes"), África Ramírez de Arellano, Encarnación Aragoneses (Elena Fortún), Ernestina de Champurcin, las hijas de Sorolla o su sobrina. A propósito del autor de ¡Y dicen que el pescado es caro! lucen en la exposición algunos bocetos y bosquejos del propio autor valencianpo y un par de bustos bastante de buenos de su nieta, Helena Sorolla. Debe recordarse, de todas formas, que el asunto no tiene mayor misterio: el pintor vivía prácticamente en la acera de enfrente de Martínez Campos, un poco más arriba, en donde está hoy el Museo Sorolla. Volviendo al personal de la Residencia, allí anduvieron también como docentes ocasionales y conferenciantes personalidades como Ortega, Lorca, Azorín, Alberti, Gerardo Diego, Bergamín, Victoria Ocampo, María Montessori, Marcelle Auclair, Gabriela Mistral, etc. Mucho para la época, aunque muy poco si se compara con la febril actividad de la Residencia de Estudiantes en aquellos años.

Pero hay más. No sin melancolía, hay que reconocer que esta Residencia de Estudiantes, probablemente no hubiera sido posible o lo hubiera sido en menor importancia sin la actividad en España (en 1892 en Santander y 1903 en Madrid, calle de Miguel Ángel) del International Institute for Girls in Spain, fundado por el matrimonio de misioneros protestantes de Massachusetts, William Gurlick y Alice G. Gurlick con la intención de hacer adelantar la condición de la mujer en España. Para los protestantes anglosajones España, último cerril reducto del papismo más fiero, siempre ha sido una tentación. Recuérdese a George Borrow y su viaje a la Península a predicar la Biblia. Y con él, muchos otros, inútilmente dedicados a conseguir que los españoles se aficionasen a la lectura directa de la Biblia (según el ideal evangélico) en lugar de permitir que se la cuenten los curas. Poco conocimiento de los españoles revelaban estas buenas gentes pues, aunque supieran leer (el analfabetismo en España a comienzos del siglo XX era de un 85% de la población), no irían a la Biblia.

El caso es que este IIGS pronto anudó lazos con la JAE y con la Asociación para la Enseñanza de la Mujer (AEM) que algunos beneméritos varones como Fernando Castro, Rector de la Universidad Central, pusieron en marcha en los años setenta del siglo XIX y gracias a la cual se consiguió que, poco a poco, las mujeres fueran accediendo a ciertos oficios y profesiones, considerados propios de su sexo, como el de taquígrafa, mecanógrafa, institutriz y cosas así. Risum teneatis amici: fue un adelanto enorme en la época. La amistad entre Susana Huntington, directora del IIGS, y María de Maeztu que lo sería de Residencia de Señoritas desde 1915 hasta 1936, posibilitó un funcionamiento magnífico de esta (actividades al aire libre, profesorado estadounidense, prácticas de laboratorio, una biblioteca espléndida de más de 14.000 volúmenes) así como el intercambio de estudiantes entre España y los Estados Unidos, con las españolas haciendo estancias en algunos colleges femeninos de la costa Este de los Estados unidos. Todo ello y muchos otros aspectos de esa interesante aventura pedagógica que, luego conectaría con las Misiones Pedagógicas de la República, está muy bien documentado en la exposición con todo tipo de piezas: fotos, manuscritos, diarios, cartas, periódicos, libros, cuadros, etc. Acaba uno muy impuesto de lo que fue la vida y obra del pendant femenino de la Residencia de Estudiantes.

La historia de la citada María de Maeztu, en el fondo, condensa el drama vivido por esta institución desde el fin de la guerra civil. De Maeztu dimite en septiembre de 1936, al comienzo de la guerra civil, conmocionada por el asesinato por los republicanos de su hermano Ramiro, con cuyos ideales tradicionalistas comulgaba porque, aunque aplicaba los principios krausistas en la Residencia, ella era mucho más conservadora en su actitud. Exiliada luego en la Argentina, a donde intentó trasladar la ILE y la Residencia, no lo consiguió y la muerte la sorprendió a mediados de los cuarenta, preparando su vuelta a España pues ella, a diferencia de otras mujeres alumnas o profesoras de la Residencia, como María Zambrano, Zenobia Camprubí, María Teresa León, etc, podía volver sin temor a represalias.

Muchas de aquellas residentes se exiliaron, otras se sumieron en un exilio interior y tardaron mucho en reemerger, como Josefina Carabias y otras, por fin, colaboraron con la Dictadura desde el primer momento como la que fue su primera directora en el franquismo, Matilde Marquina García, residente entre 1932 y 1934 que aceptó la tarea de fascistizar la casa y depurarla de personal "desafecto". Muy amiga de Pilar Primo de Rivera, convirtió la Residencia en el Colegio Mayor femenino Teresa de Cepeda, en el que se impartían cursos de la Sección Femenina de la Falange. Merece la pena comprobar el contraste entre las fotos anteriores a 1936 y las posteriores a 1940: falangistas de camisa azul brazo en alto con el correspondiente cura también con el saludo fascista por si alguien se olvida del papel que correspondió a la Iglesia en la Sagrada Cruzada contra el comunismo y la masonería y los cuarenta oprobiosos años posteriores.

Merece especial atención el acopio de obra gráfica de la exposición, tanto por los fondos que allí fueron depositándose de artistas ajenos como por la obra que se guarda de las propias rsidentes. singularmente Maruja Mallo, de la que hay abundante obra, como su famosa verbena y algunas otras piezas con evidentes rasgos surrealistas. Igualmente hay bastante de Delhy Tejero incluido un curioso autorretato. Destaca un interesante retrato de María de Maeztu pintado por su otro hermano, Gustavo, republicano y anticlerical. Algunas piezas de influencia cubista y bocetos para escenografías de Victorina Durán. Igualmente un magnífico retrato de María Zambrano por Gregorio Toledo y los citados bronces de Helena Sorolla, Saeta y un busto de su abuelo.

El lado femenino de la Generación del 27, del Siglo de Plata, otra ocasión que pudo ser pero, como siempre en España, no fue.

La exposición merece la pena. En algún lugar (un vídeo, creo) hay una cita de Carmen Martín Gaite que, con su fino ojo de novelista, cuenta cómo de chica le gustaba ver aquellos rostros alegres de las muchachas del pelo corto (llevar el pelo corto también fue un derecho que las mujeres tuvieron que conquistar) y añade con esa trágica sencillez que la caracterizaba: "las pobres no sabían lo que les esperaba".

diumenge, 6 de desembre del 2015

Anhelo de perfección

En el museo del Prado, un acontecimiento: la primera retrospectiva de J. A. Dominique Ingres en España, país en el que no hay un solo cuadro del pintor, fuera de un boceto o algo así en poder de los duques de Alba. Probablemente por su carácter excepcional, la exposición fue inaugurada por la Reina Letizia. Debió de ser divertido ver a esta señora, de delgadez dicen que anoréxica, pasear entre las redondeces eróticas de los desnudos del autor de La gran odalisca. ¡Qué cosas tiene el protocolo!

La muestra trae unos cincuenta lienzos de los más famosos del autor, procedentes de medio mundo, especialmente del Museo del Louvre, y es un  repaso de toda su obra, desde sus primeros trabajos preparatorios para su objetivo del comienzo de conseguir el premio de Roma de la Academia hasta la los últimos poco antes de morir a la provecta edad de 87 años. Faltan algunos de los más célebres, como La fuente o la Apoteosis de Homero, pero el aficionado podrá contemplar muchas obras de universal aclamación, ejemplos únicos de una labor cuyo norte fue siempre alcanzar la perfección. Algunos de sus trabajos más conocidos le llevaron veinte años, realizaba innumerables bocetos preparatorios y es leyenda que, siempre que podía, al hacer los retratos, primero los pintaba desnudos y luego los vestía, de forma que los atuendos siempre están ajustados el cuerpo que visten.

Ingres es inclasificable. Su maestro Jacques-Louis David lo llevó a la vía del clasicismo y la pintura histórica, pero Ingres tiene su propio genio. Basta comparar algunos de los temas que los dos trataron. Por ejemplo, el episodio de Antíoco y Estratonice. El que se ve en la exposición es lo mismo que el de David, los mismos personajes y el mismo momento, pero son muy distintos. Ambos artistas, David y Ingres son de la era napoleónica. Los dos retrataron al emperador. Pero mientras David lo hizo a caballo, cruzando los Alpes y compartiendo la gloria con Alejandro y Aníbal, Ingres lo pintó una vez como Cónsul y otra como Júpiter sentado en trono. Los dos pueden verse en la exposición. Lo de Júpiter no es exageración. Napoleón reproduce la figura de Júpiter también pintada por Ingres, aunque no figura aquí, en su cuadro Júpiter y Tetis, cuando la náyade va a implorar al padre de los dioses por la vida de su hijo.

La pintura histórica, impregnada de clasicismo, muy común en la época, cultivada por artistas señeros como Meissonier y Vernet, dominaría el gusto del siglo hasta la irrupción de la primera vanguardia impresionista, ya en el último tercio. Pero en el caso de Ingres, ese clasicismo se mezcla de goticismo y revela un fondo romántico. Que yo sepa pintó dos escenas del poema de Ossian, ambas muy parecidas. Aquí encontramos una de ellas, el sueño de Ossian, una magnífica composición que representa al bardo imaginario durmiendo junto a su lira mientras el resto del cuadro se llena con las figuras de la supuesta epopeya gaélica que un poeta moderno se había sacado de la cabeza. La composición es extraordinaria como representación plástica del reino de la leyenda, como la ensoñación de una brumosa mansión de los héroes o Walhalla..

La pintura histórica bebe inevitablemente en fuentes literarias, otro de los fuertes de Ingres. El cuadro con el que acabó ganando el Premio de Roma, Los embajadores de Agamemnón ante Aquiles es una interpretación formalmente perfecta pero cargada de moralina heterosexual que la hace parecer amanerada aunque, en realidad, es divertida. Aquiles y Patroclo están dando la nota y entre los embajadores cunde el bochorno y el escándalo: Ayax retrocede asustado y Néstor no quiere mirar.  De la literatura, del Orlando furioso, procede el cuadro de Ruggiero y Angelica. Romanticismo a chorros por tema y violencia de la composición, así como el morbo de Angelica desnuda e inerme encadenada a la roca y vigilada por tremendo monstruo. Y de la literatura procede asimismo otro famoso lienzo, reproducido hasta la saciedad en nuestra época, Edipo y la esfinge, que da una interpretación del futuro rey de Tebas muy influyente luego en la pintura simbolista al estilo de Moreau. 

Los desnudos, los famosos desnudos, escándalos de su tiempo, ocupan una parte importante de la exposición, especialmente el de La gran odalisca, un hito en la saga de los desnudos femeninos yacentes que empiezan con Giorgione y llegan al día de hoy. De este se resalta que esté de espaldas y gire la cabeza para mirarnos. Claro, de no hacerlo, hubiera necesitado un espejo, que es de lo que se vale la Venus de Velázquez, otro de la serie. Menos se resalta, me parece, que el turbante de la odalisca es, precisamente, el de la Fornarina de Rafael, que también aparece en el retrato que Ingres hizo del otro pintor que, junto a David, forma el bagaje creativo de Ingres. Todos sus desnudos son rafaelescos. Pero tienen algo que los proyecta al futuro y los convierte en modelos de la pintura de Bouguereau, Cabanel o Gêrome, mucho más afectados.

La galería de retratos está bien representada con algunos de los más logrados y reconocidos, como el de la Condesa de Haussonville, que figura en la reproducción de reclamo. De todos modos, siempre encuentro mucho más interesante en este asunto los autorretratos. Hay tres extraordinarios, uno, al comienzo de su carrera, un joven lleno de proyectos y otro al final de ella, ya octogenario lleno de introspección. El tercero es un autorretrato de oportunidad: en el imponente cuadro histórico que representa a Juana de Arco en el momento de coronar a Carlos VII, esto es, la recuperación de la Francia de los Capetos y el nacimiento de la Francia moderna, se autorretrata como escudero de la doncella de Orléans. Si Boticelli se retrató entre los pastores que iban a adorar a Jesús, el Caravaggio presenciando el prendimiento de Jesús en el huerto de los olivos y Delacroix (la contrapartida de Ingres) acompañando a la libertad en las barricadas de la revolución de 1830, ¿por qué no iba Ingres a presenciar le sacré du roi 500 años antes?

En fin, muy interesante exposición.