dissabte, 23 d’abril del 2011

Al paso de la vida.

Es frecuente que los escritores, los filósofos, los ensayistas, hasta los literatos y los mismísimos poetas, publiquen recopilaciones de artículos, prólogos, críticas, piezas menores que han ido dejando a su paso por la vida y que, de interesarse alguien por ellas, tendría difícil encontrarlas. Los académicos suelen justificarlas sosteniendo que, aunque sean aportaciones independientes, las recorre un hilo común que a veces no es un hilo sino toda la estameña porque los trabajos se repiten y la obra acaba pareciendo un vademécum. Los literatos, en cambio, son más libertarios, no se sienten obligados a dar justificación alguna y el resultado se parece más a los jardines floridos del Siglo de Oro.

José Antonio González Alcantud (Deber de lucidez. Fragmentos de radicalidad democrática en la edad del imperio, Barcelona, Anthropos, 2011, 172 págs.) se encuentra en un punto intermedio entre las dos opciones. Su dedicación a la antropología cultural y otra más de creación literaria. Hay cierto prurito académico pero el jardín es muy variado pues recoge artículos (algunos en Ajoblanco, lo que es un puntazo; otros prensa granadina), catálogos, inéditos y hasta una especie de ajuste de cuentas de uno de esos líos de envidias y rencillas burocráticas en el desempeño de cargos oficiales. No hay hilo conductor si no es la cultura y la inteligencia que derrocha Alcantud y hace que la obra se lea con delectación.

Por lo demás, si hubiera duda alguna, el subtítulo ilustra mucho sobre el juicio que merece al autor: son fragmentos, cosa que, además de empíricamente cierta, encaja con el espíritu postmoderno que se quiere fragmentario. Lo de que también sean radicales y democráticos, al carecer de base empírica, es más opinable. Y, desde luego, el premio se lo lleva lo de la edad del imperio. Tan cierto es que, si no me equivoco, no se habla de ello ni una vez en el libro. Porque se da por supuesta. El autor habla de Nueva York como lo hacemos todos, como asombrados habitantes de la periférica Hispania (¿no nos sentimos incluidos cuando los gringos se refieren a los hispanics?) después de una visita a Roma. Tiene gracia el artículo inédito sobre el famoso apagón de Nueva York en el verano de 2003. Alcantud se arranca hablando de "signos apocalípticos" (p. 66). Yo también estaba allí. El apagón se produjo sobre las dos de la tarde de un día de muchísimo calor. Como tenía varias horas de luz bajé andando por la Vª Avenida desde la calle 42 hasta hasta pasado el Soho. En Canal Str. los chinos estaban haciendo negocio vendiendo velas, pilas y todo tipo de baterías. A mi regreso vi que el alcalde había armado a los cops con subfusiles ametralladores y estaba muy visibles. No hubo incidentes. Y sí, la avería se había producido en algún generador en la frontera con el Canadá, cerca del Niagara, cuya contemplación despierta hondas emociones en Alcantud, de las que forma parte el recuerdo de la peli con Marilyn Monroe tratando de asesinar a su marido. Desde esa visión de Nueva York, entiendo, cuestiona el autor la de Lorca en Poeta en Nueva York (p. 76). Hace bien aunque lo que me llama la atención es que haga extensivo el juicio crítico negativo a toda la obra de García Lorca que, dice, le interesaba menos de joven que la de los simbolistas franceses. No por ser granadino tiene uno que ser lorquiano, supongo.

Hay muchos momentos estupendos en el libro que es un ejercicio, en efecto, de lucidez con una notable variedad de objetos y circunstancias. Los autores más mencionados son Gaston Bachelard y Georg Simmel. Como traductor que soy del filósofo alemán, lo entiendo muy bien y he de decir que Alcantud alcanza niveles simmelianos en su capacidad para presentar los asuntos cotidianos bajo perspectivas nuevas y seductoras. Merece la pena leer lo que dice sobre el metro, Ganivet (al fin y al cabo, Granada), el cine, el flamenco, el Sacromonte, las cartujas (por cierto, en la de Granada hay un puñado de cuadros de Sánchez Cotán bien curiosos) o la crítica a lo que llama con intención previsible, la tierra de los fabores. Es excelente la anécdota de Lévy-Strauss (p. 79) quien, a una pregunta de por qué no lo llamaban a la televisión, respondió que porque la televisión es un "medio muy primitivo". Y tanto. Es como las sombras chinescas.

La última parte del libro trata de escritores y libros en relación con Granada. Las observaciones sobre Pierre Loti (p. 138) están bien y la foto del autor de Aziyadé en el patio de los leones, ahora que en la Alhambra suele haber más gente que en el McDonalds, vale un potosí. El capítulo sobre los hermanos Tharaud (143-146) cuya relación con España fue realmente reticente se justifica por el análisis que hace del tipo de creación literaria de estos tomando como ejemplo Quand Israël est roi que me ha resultado muy interesante porque no lo conocía.

En el capítulo sobre Gitanismo y antigitanismo en el mundo lorquiano (151-154) emergen las reservas de Alcantud frente a Lorca, reservas en cuanto a la sinceridad, el conocimiento o experiencia directa del poeta. Da la impresión de que quien aquí habla es el antropólogo profesional que no admite que haya conocimiento de un otro colectivo si no es directo y de primera mano. Conviene, sin embargo, recordar que el conocimiento poético se nutre de otros veneros y lo que propone no es una explicación científica de un fenómeno étnico o cultural sino una visión artística, para lo cual la experiencia directa puede no ser necesaria. Al escribir el ciclo de novelas sobre el Oeste norteamericano que tanto éxito tuvieron, Karl May no había pisado América.

El último capítulo, La historia y el drama local en Andalucía cuenta retazos muy interesantes de ese expatriado inglés que residió toda su vida en la Alpujarra y al que los lugareños llamaban "don Gerardo", el autor de El laberinto español, una interpretación del "ser de España" con ojos de británico, pero también de South from Granada y alguna otra obra. La verdad es que estas simbiosis son muy curiosas. Y los ingleses las bordan desde George Borrow a George Apperley, otro expatriado.

El final del libro está consagrado a Julian Pitt-Rivers, deber de lealtad, padre de la antropología moderna, discípulo del gran Evans-Pritchard y autor de People of the Sierra, el libro canónico de la disciplina sobre Grazalema, sierra de Cádiz.

Alcantud cumple su deber sobradamente.