dilluns, 21 de març del 2011

El negocio de la guerra.

Esta guerra de Libia, como todas, tiene partidarios y detractores, así como detractores que son partidarios y partidarios que son detractores. La guerra suele confundir bastante el juicio. Los partidarios hablan de guerra justa. Los detractores dicen que no hay guerra justa alguna salvo la de legítima defensa.

La cuestión es que el terreno de las ideas es resbaladizo. Los teóricos postmodernos del derecho internacional sostienen que hay un derecho y un deber de injerencia cuando se violen derechos humanos. Es decir, cabe entender esta injerencia como un caso de legítima defensa en cierto modo ampliada. Los críticos dicen reconocer este punto de vista pero señalan que no siempre se aplica sino según los intereses de Occidente. Lo cual puede ser cierto, pero no es un argumento en contra del principio de extensión de la legítima defensa, sino en contra de quienes no lo aplican.

El juicio moral de las guerras está siempre indeciso hasta que se terminan. Luego ya se ocupa el vencedor de explicar el sentido de la contienda. Mientras esto sucede, se puede analizar el asunto desde una perspectiva más práctica como es la económica que responde a la clásica pregunta de ¿a quién beneficia? Desde luego los más obvios beneficiarios son los fabricantes de armamento. Supongo que los fabricantes de carros de combate estadounidenses, franceses, etc estarán encantados de ver cómo sus aviones y sus misiles, vendidos a los gobiernos humanitarios, revientan sus carros ya que Gadafi se los compró a ellos que ahora tendrán que sustituirlos. Un negocio.

También estarán encantados los fabricantes de todo lo demás. Una guerra no solo destruye armas, destruye todo lo que encuentra, viviendas, monumentos, infraestructuras, agricultura, ganadería y todo eso hay que reconstruirlo luego. La perversión del asunto quiere que, si se alegran los fabricantes, se alegren los que trabajan en sus fábricas porque así tienen más trabajo y ganan más, según el acreditado efecto llamado de spill over, o sea, la pedrea de los trabajadores, que también se llevan su tajada. Más negocio. El capitalismo es destrucción que no solamente atenta contra el medio ambiente sino contra sí mismo como sistema. La guerra es un concepto económico. Basta con recordar los cálculos que hacía uno de aquellos buitres de la administración de Bush sobre los negocios de la reconstrucción del país que iban a "liberar" o machacar, según se mire.

Por supuesto los occidentales van a lo suyo, a controlar el petróleo y el gas y lo disfrazan invocando principios de libertad del pueblo libio, como si el pueblo libio estuviera ahora peor que hace veinte años, sojuzgado por un déspota terrorista que, sin embargo, dejó de ser terrorista unos años después, previo pago de certificado de buena conducta, que estos tipos todo lo compran precisamente porque otros, o sea nosotros, todo lo vendemos. Hasta la limpieza de sangre civil. ¿Fuiste terrorista en tus años mozos? No importa; paga una pastuqui y cátate ahí convertido en un flamante miembro de la comunidad de naciones civilizadas.

Gadafi, obviamente, también va a lo suyo que no es expoliar sino conservar y acrecentar lo expoliado. Para él la guerra sólo será negocio si la gana. Le ha venido impuesta por haber recurrido a la violencia, incluso la militar, en contra de unos opositores que empezaron como los demás árabes pero se fueron radicalizando al ver que el poder sólo sabía reprimir. Aquí las discrepancias se dan en la motivación última de tales opositores sublevados. Para unos serán agentes pagados por las potencias occidentales y para otros genuinos representantes de la voluntad popular, el pueblo en armas. ¡Ah, no! El pueblo en armas es el de Gadafi, que las ha repartido entre la población. He aquí la prueba de su apoyo popular. Sin embargo sus tropas se retiran de Bengasi sin que la población se le haya unido, prueba de su falta de apoyo popular. Obviamente el negocio de la guerra para Gadafi y los suyos es la oportunidad de legitimar su poder.

Pero todo eso está ahora en el aire. Puede que se haya hecho lo que era preciso hacer. Pero algo es seguro, sin embargo, las guerras son negocio para todos excepto para aquellos en cuyo nombre se hacen y quienes mueren en ellas, que suelen coincidir.

(La imagen es una foto de B.R.Q., bajo licencia de Creative Commons y representa el dormitorio de la residencia de Gadafi en el aeropuerto de Bengasi).